miércoles, 26 de noviembre de 2014

Aires de libertad



Hueles a Libertad. Así, en mayúsculas. Porque vas a conseguir algo que anhelabas hace mucho tiempo. Vas a recuperar el control de tu vida. Vas a sonreír siempre que quieras. Vas a decir lo que quieras y cuando quieras. Vas a viajar cuando quieras. Te vas a remolonear cuando te apetezca. Porque sí. Porque vas a ser tú. 

Podrás elegir con quién quieres estar, con quién quieres hablar, quedar, tomarte una cerveza, sin soportar las malas caras. Sin tener esa tensión por evitar la mala cara. 

Y me alegro mucho por ello. Y lo sabes. Esta situación me hace plantearme esta relación de otra manera. Con miedo, pero con esperanza. Miedo de perderte. Esperanza de conquistarte. No debo temer que dejes de estar a mi lado, porque ahora que serás libre podrás pensar con claridad. Lo mismo que yo. Si quieres estar conmigo lo estarás. En caso contrario, te respetaré y continuaré amándote en silencio, a lo lejos, hasta que se me olvide amarte. 

¡Cómo me gusta tu nuevo olor a Libertad! 

domingo, 9 de noviembre de 2014

Cristales rotos





Podría ser el momento de empezar a andar por cristales rotos hasta desangrar completamente. Los primeros pasos serán los más dolorosos, los más lentos; los que me harán parar e incluso plantearme si retroceder. Los que más miedo me darán.

Pero a medida que se me claven los cristales, que se me abran nuevas heridas, me olvidaré de las otras heridas, las del alma. Muchas veces me he preguntado: ¿qué dolerá más, el alma o el cuerpo?

Sangraré. Me desangraré dejando señales de mi paso por esa vida. A medida que avance habrá cada vez más gotas del rojo carmesí. Más densas. Habrá más heridas, más profundas, y más sangrantes. El dolor físico conseguirá que me olvide del dolor del alma. ¿Cuánto tardaré en olvidar? ¿Cuánta sangre habré perdido?

Seguiré andando, cada vez más rápido, sabiendo que no podré olvidar, de que no podré parar de andar, de que me desangraré. Perderé fuerzas mientras avance yo, pues no se parará la hemorragia. Se debilitará mi cuerpo. No liberaré la mente.

Continuaré caminando, con el convencimiento de que no lo olvidaré, de que moriré.

¿Lo sabrá él?