Tú ya lo sabes: me importas. Y me importas desde que te conozco. Respeto tu opción de sacarme de tu vida.
Voy a hacerte un regalo. El que más me duele. Voy a regalarte la libertad que a veces anhelas en mí. No te voy a incordiar más. No te mandaré ningún mensaje privado. No te llamaré (aunque tampoco lo hacíamos desde hace mucho tiempo; me duele no recordar tu voz). Eso no significa que no me preocupe por ti, ni te eche de menos ni que no desee que las cosas te vayan bien. Ni mucho menos. Quiero respetar tu decisión; y si es que desaparezca, pues lo haré. No volveré a tomar la iniciativa de hablar contigo. Y me dolerá mucho, la verdad.
Contigo las reacciones que tengo son siempre viscerales: amor, enfado, alegría... Nunca son reacciones racionales; ni siquiera es racional este mensaje. Y realmente alguien que ocupa tus sentimientos (buenos o malos) es difícil de olvidar.
No sé si nos veremos por ahí algún día. Quién sabe si seguiremos con la telepatía. Lo que sé es que me seguirás importando mucho tiempo. Aunque no te lo diga. Aunque no nos hablemos. Tampoco te diré si alguna vez dejas de importarme. Yo seguiré peleando con mis demonios.
Ni siquiera sé si leerás este mensaje.
Feliz vida.
Años después, ya te olvidé.
Años después, ya te olvidé.