martes, 29 de septiembre de 2009

Viaje interior

Esta vez, mi alma viajará por el mundo, y tú intentarás buscarme, seguir mis huellas marcadas en la arena. Pero yo me esconderé y no me encontrarás. Porque hoy necesito que no me encuentres. Porque hoy necesito que estés lejos de mi, para que seas feliz, para que yo sea feliz. Por eso mismo hoy desaparezco. Mientras tanto, el viento borrará mis huellas detrás de mi.


Cuando esté preparada volveré sobre mis pasos y te buscaré. Te encontraré, porque sabré dónde estás. Entonces sabré qué es lo que quiero yo de ti. Qué es lo que espero que me digas. Qué es lo que me necesito que me des. Qué es lo que quiero recibir. Y justo en ese momento, cuando te encuentre, sabré a quién van dirigidas estas palabras. Sabré quién eres tú.

Obtendré la respuesta: tú eres yo.


sábado, 19 de septiembre de 2009

Hipótesis del segundo hijo: la torpeza (II)

Voy a explicarte una anécdota que me ocurrió a finales del mes de abril. Es una historia real, y fácilmente demostrable. Es una prueba más de mi torpeza, y demuestra una vez más mi teoría de la torpeza.

En el mes de abril, me apunté a hacer un curso relacionado con m profesión. Se hacía un domingo. Fui acompañada de mis amigas. Era una forma de vernos. Este día sabía que conocería a un amigo con el que chateaba de vez en cuando. Por fín nos conoceríamos después de tanto tiempo conversando. No sólo le conocí a él, sino que conocí a otro compañero.

Hacia la mitad del curso, había un descanso para almorzar. Había termos con café, con leche, pastas... Me puse al lado de una chica para prepararne el café. Ella se lo sirvió antes que yo. Mientras esperaba, se colocó a mi derecha el chico que acababa de conocer (bueno, esto es un decir, porque habíamos hablado mucho tiempo en el chat).

Llegó mi turno para preparame el café. Cogí un plato, una taza (más bien eran tazones de 200 ml o así). Entonces, cogí el termo que contenía el café con mi mano derecha (soy diestra). Empiezo a volcarlo para servirme el café. Y no salía el café. Pues lo vuelco un poquito más. Supuse que el café se habría acabado, pero por otro lado, también sabía que nosotros éramos los primeros en servirnos café, por lo que también me extrañaba que la cafetera estuviera vacía. Sigo volvando el termo un poquito más y... ¡chof! de repente se abre la tapa del termo. De golpe, se llena el tazón de café. A continuación el plato, y seguidamente, toda la parte que rodeaba la taza.

En ese momento pasó por mi cabeza una expresión parecida a ¡Madre mía, la que he liado! ¡Tengo a  tal aquí al lado! ¡Ya verás mañana en el chat! ¡Que vergüenza que pasé!

Me dice mi nuevo amigo... "y ahora si le quieres poner leche no te va a caber nada". Era cierto. Aquello era una piscina todo lleno de café.

Cogí una nueva taza y un nuevo plato. Traspasé café de la primera taza a la nueva y acabé de prepararme el café con leche inicial. Y mientras pensaba, qué torpe que soy, le acabo de demostrar mi torpeza a una persona que acabo de conocer.

Al día siguente, conté la aventura al resto de mis compañeros del chat. Menudas risas que nos echamos. Este chico comentó entre bromas que yo le quería tirar el café encima.

Dos semanas después hice un curso en Braga (Portugal) y allí conocería a más amigos chatines. Había algún comentario que decía "cuidado con los 'cafeses'", en previsión de lo que podía pasar. Uno de los chatines con los que fui se ofreció a prepararme el café por las mañanas para evitar que se repitiera el incidente.

Una historia más para sumar.

El maestro y el aprendiz

Cada persona que conozcas te cambiará la vida desde ese momento, y para siempre. Dejará una cicatriz que no se borrará nunca, pero que puede quedar difuminada con el paso del tiempo. Esta huella particular la has dejado tú en mi. Tú, que me has conocido, que me has hecho meditar sobre cosas que ya no recordaba, y, ¿por qué no?, me has hecho aprender cosas nuevas. Porque para eso nos hemos conocido: para aprender de nuevo, para descubrir que hay más mundos aparte del nuestro, que pueden llenar nuestras vidas, o simplemente aderezarla.

Sólo yo sé lo que ha cambiado mi vida al conocerte. Tú me has enseñado que el mundo está lleno de sonidos nuevos, de música, de colores nuevos, que existen cosas que yo no conocía. Nunca olvidaré las alegrías y tristezas que me has contado. Los secretos que he tenido contigo me los guardo para mi. Quiero seguir aprendiendo de ti. Y me gustaría que tú aprendieras algo de mi.

No siempre me enseñarás lo que me gustaría aprender de ti. Porque también necesito aprender de mis frustraciones. Seguro que me darás más de un disgusto, alguna noticia negativa, alguna lección que no me gustaría aprender. No me gustará recibirla, es más, me dará mucha rabia recibir esta lección en ese momento. Pero lo que realmente me importará, aunque no la valore inicialmente, es la moraleja que saque de ella. Porque me pones en sobreaviso de algo más negativo que me podría pasar, que podría poner en peligro mi autoestima, mi fuerza interior, y posiblemente, mi vida. Desde este lado, prefiero que esta lección me la des tú, antes de que me la de un desconocido. Tú me conoces, y sabes qué es lo que necesito, cuáles son mis errores comunes, y necesito que me corrijas: porque confío en ti, y tú me darás la lección de vida que estoy esperando, la que me gustaría aprender.

El amor es una manera de enseñar . Darlo y recibirlo, venga de quien venga. Puedes dar y recibir amor de tus padres, tus hijos, tus hermanos, tu amigos, tu pareja, ... Cuando me enseñaste aquella canción me hiciste crecer interiormente, porque descubrí aquella voz que me enamoró, descubrí aquella letra que me conmocionó, vi aquél video que me emocionó. Además de todo esto, descubrí un grupo que creo que a partir de ese momento formará parte de mi vida. Y tú aprendiste de mi lo que yo sentí en ese momento. ¿Quién es el maestro, y quién el aprendiz?

Aunque parezca incongruente, con el odio también se aprende. Cuando nos sentimos odiados, también estamos en proceso de aprendizaje. Se aprende a luchar, a defender lo que consideramos que es nuestro, a sobrevivir. No nos gusta recibir odio, pero necesitamos que alguien nos odie para conocer en qué punto de nuestra vida estamos, para ver si defendemos nuestra postura o decidimos que estamos equivocados y queremos cambiar de bando. No es malo cambiar de opinión, siempre que no hagamos daño a nadie.


Sigo escribiendo estas palabras para recordarte que estoy loca porque me sigas enseñando cosas. Sabes que sólo seré feliz si aprendo de ti, porque seré mejor persona. Porque necesito tu presencia cerca de mi, Aunque estés tan lejos. Porque sé que tú me enseñarás lo que yo necesito. Porque sé que tú necesitarás saber que me ha gustado lo que he aprendido de ti, porque así seguirás estimulando mi complicada mente. Porque así me llenarás. Porque así te llenaré.

Por eso mismo te digo...

                                        ... no desaparezcas de mi vida.

¿Quién es el maestro y quién el aprendiz?